El tiempo es un prisma, te aporta una
visión mucho más amplia y menos subjetiva que cuando te hallas
atado a unas circunstancias especificas y concretas. El tiempo en sí
es un enorme flexo de luz candente y cálida, te hace fuerte, te
cura, pero eso no sólo lo consigue el trascurso de los días o
meses, el tiempo es sólo un añadido, la herida se cura desde
dentro, sólo si uno quiere curarse.
Hace algún tiempo me marqué la pauta
de no exponerme de manera pública. Cuando uno se acostumbra a
escribir sobre sus miserias, sus logros o sus divagaciones consigue
amigos en el camino, personas que se identifican con tus escritos o
que simplemente disfrutan leyéndote. Pero también te encuentras
contigo mismo, te acabas creando unas expectativas que, quizás, no
cumples y eso te acaba abocando a un sentimiento de decepción, de
fracaso. Te desgasta. Opté, por recomendaciones propias y ajenas,
que uno mismo debe marcar el límite de lo que debe hacer constar de
manera pública y lo que se debe guardar para sí mismo. Y eso fue un
signo de mejora, de reciclaje, de madurez. Me sentí mejor expresando
aquello que quería que los demás supiesen y no volcando como en una
olla cualquier atisbo de sentimiento, momentáneo o permanente, que
pasase por mi ser, por decadente e innecesario que éste fuese...
pero no quiero irme por otros senderos.
Con el tiempo he aprendido a darme
valor, a destacarme sobre mi mismo. A no cerrarme, a creer que el
mundo ni empieza ni acaba en una sola persona.
Me he regalado una oportunidad y la
auto terapia que está siendo escribir mi propia vida en capítulos
anecdóticos y reflexivos, sin nombres ni apellidos, sólo hechos,
sólo yo, porque es hora de pensar en mi.
El tiempo y, en gran parte, amigos,
amigas y familiares, me han abierto los ojos devolviéndome a ese
chico de paso firme que ayer fui. A dejar de creer que las personas
te quieren de manera especial y única cuando sólo se acercan para
aprovecharse, para alimentar su propio ego, o para solucionar
problemas que nada tienen que ver contigo.
El tiempo me ha instado a darme cuenta
de lo fuerte que he sido cuando he sido débil. A llorar por lo que
se pierde irremediablemente y no por lo que se va de manera
voluntaria. A valorarme con mis ideales, con mi lucha, con los
valores que tanto me llevó forjar. Porque soy mi propia historia y
no un párrafo de la de otros.
El tiempo me ha enseñado a ser
discreto, a callar cuando quisiera gritar y reprochar, pero a veces
es mejor evitar guerras para tener paz aunque se tenga la razón.
He vivido siempre de la misma manera,
sin hacer daño a nadie, es mi filosofía, la consigna con la que
quiero darme ejemplo y no convertirme en el reflejo de lo que me
pase, no hacer a los demás lo que han sido conmigo.
El tiempo... que sabio es el tiempo...y
cuanto lloré ese día, ese 14 de octubre cuando creí que la vida ya
no tenía ningún sentido y esa creencia me llevó a una situación
que jamás me perdonaré... que sabio es el tiempo.