No fue fácil, nunca lo ha sido y de
hecho, no lo está siendo. Intentas convencerte de que has
sobrevivido a peores tragedias como si eso garantizase de algún modo
que la próxima no te va a doler. En cada batalla, en cada guerra se
pierden cosas, no importa de cuantas hayas salido indemne porque con
cada guerra eres más frágil y no al revés como algunos mantienen
la creencia.
Empiezas con esos libros de auto ayuda
que tanto rechazabas, “manuales de autoestima”, solía decirme a
mi mismo al verlos expuestos en librerías o estantes del centro
comercial. Llegaba a sentir cierta lástima por aquellos que
necesitaban recurrir a páginas repletas de consejos vacíos, como si
los problemas de la gente se solucionasen leyendo o escuchando lo que
necesitaban escuchar. Como si fuésemos una tira de recortables y las
mismas frases repetidas diesen sentido a nuestra existencia; “vales
mucho”, “busca tiempo para pensar en ti”, bla bla bla...
Luego te das cuenta de que sigues igual
que antes, de que ni siquiera uno, o puede que dos libros y el
soliloquio que te regalas frente al espejo a fin de creer que podrás
con todo esto ha servido para algo.
Y un día empiezas con una pastilla,
luego con dos, pero no todos los días,
sólo cuando consideras que es un caso
urgente y necesario y al final acaba siendo necesario a diario,
cuando te levantas por la mañana,
para ir a trabajar,
para dormir,
para que el aire entre en tu pecho sin
que sientas que te va a explotar,
o para no dar alaridos como un animal
cuando lloras como si te arrancasen el alma,
para poder andar por la calle y ver a
una pareja,
o una escena de una absurda comedia
romántica sin hacerte añicos...
Y pasas por la fase de culparte a ti
por todo,
por no haber estado a la altura,
por no haber sido suficiente.
Luego le culpas a él,
porque se hace más sencillo
alimentarte de tu rabia, y le odias, o crees odiarle,
y le culpas por no haberte valorado,
por haber desperdiciado todos esos
besos,
por haberle abierto las puertas del
rincón más sagrado de tu ser,
por haberle hecho participe de tu vida
entregando todo lo que poseías,
por haberle señalizado en un mapa tus
puntos débiles hasta en los rincones más nimios.
Y por último culpas a la vida,
porque le quieres tanto que te das
cuenta que ni siquiera odiándole has dejado de quererle,
que no puedes culparle de nada porque
le amas,
que tampoco puedes culparte a ti porque
no tienes la culpa,
y si se trata de culpabilizar a alguien
la mejor opción, o la menos destructiva, es culpar al destino,
a ese no le puedes arrojar objetos,
ni gritarle a la cara,
ni golpearle el pecho con tus puños,
ese no juega limpio.
Sólo puedes resignarte o tratar de
aceptarlo con cada día que se sucede,
tratando de repetirte que alguna
mañana, cuando te despiertes, ya no dolerá nada.
Mientras tanto sigo luchando,
sigo tapándome los oídos mientras la
cabeza y el corazón discuten conmigo en medio,
sigo deseando todas las noches que esto
solo haya sido un mal sueño,
sigo aferrándome a la idea que no me
merezco esto,
de que si algún dios me hizo un regalo
no tiene sentido que me lo quite ahora,
pero sobre todo sigo amándote como si
te hubiese encontrado ayer y no hubiese un mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario