martes, 12 de noviembre de 2013

La ida

-Quizá sólo fuese un mareo tonto, algún síntoma de un virus recién instalado en mi maltrecho cuerpo, bello a la vista, roto por dentro. Como casi todas las cosas importantes en la vida, muestran un plano correcto, para no preocupar a nuestros hijos, a nuestras madres o a nuestras parejas, pero sentí que me ahogaba, que el aire que salía de mis pulmones no regresaba a ellos nuevamente. Sentí que me perdía en el intento de salvar lo poco que quedaba, y que perderle era el principio de mi fin, la crónica absurda de un ser absorto. Contuve el llanto aunque mis ojos se cubriesen con un halo de agua salada, hice fuerzas por no derrumbarme, imaginé un mundo en que no le necesitase, en el que pudiese caminar sin la muleta que en realidad era para cada paso que daba en mi vida-.

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